8.6.12

LA NIÑA DE LAS TRENZAS



    La niña de las trenzas y la rebeca roja,  se suele sentar en el escalón de la entrada de la casa. Ese que mira a veces la abuela para saber la hora del día que es, por la sombra que proyecta.
Desde ahí, ve pasar el mundo ante sus ojos. La vida de verdad por un lado y los cuentos de princesas y príncipes por otro.
   El día de su pequeña aventura, cuando cruzó la huerta, para así poder llegar hasta la vecina escuela, todo cambió para siempre. A partir de entonces se desveló un mundo de novedades, paisajes, leyendas… su existencia dejó de tener la frontera de la casa. Tras descifrar el código de las letras, la lectura fue un billete para la fantasía.
Algunas otras incursiones en la vida, le trajeron mal sabor.

   Una vez, fue  a la tienda y el hombre de la casa en mitad de la calle le pidió que fuera  a hacerle un recado. Para ello hubo de sentarla en sus rodillas, acariciarle el pelo y levantarle la faldita. Ella percibía algo raro e incómodo,  pero no salió corriendo. Cuando el hombre salió para el fondo del almacén y se manipuló en su bragueta, ella seguía sin saber qué pasaba.
Siguió sin entender nada cuando en casa le quitaron la ropa y todo fueron lamentos y clamores. Unido a reproches, cuidado con los hombres, algunos son muy malos. Decía la abuela.
   La niña,  se sintió violentada en algunas otras ocasiones, pero nada comparable con el drama de la culpa que le habían cargado entonces, cuando tenía seis años y era una inmensa inocencia.
   Desde el escalón de la entrada de la casa, sale al paso cada vea que  la mujer adulta ha de  afrontar con solvencia y seguridad algún reto. Con sus cuentos de princesas bajo el brazo, en un mundo imaginario donde es la única reina, con sus piernas flacas y veloces, con su fantasía casi indemne, con sus deseos de aventura… con el miedo al abandono.

    Sabe que los que se fueron difícilmente volverán. Así ocurrió con el abuelo y un montón de gente. La han dejado en esta casa para acompañar a la abuela. Por eso siente que una despedida es una muerte. Y llora, cuando nadie mira, para evitar explicaciones y reproches.

    La niña no envejece. Los años transcurren, pero sus trenzas y su esencia la definen. Alguna tarde vuelve a escaloncito de la puerta. Un refugio seguro en el que se siente a salvo. El resto del tiempo deambula en la mujer adulta que la camufla, de tal manera que a menudo no saben cuál de las dos es ella.

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