Apenas un roce de sus
dedos en los míos. Silencio. Fingimos no percibir nada. Continuamos charlando.
Hablamos del futuro, del mundo y de cosas verdaderamente trascendentales y poco
personales. Los dedos me queman. No le miro a la cara. Qué va a pensar de mí,
eso lo que aparentemente me preocupa. Recuerdo de pronto todas las palabras no
dichas explícitamente hasta ahora. Hasta dudo de la existencia de tales
palabras. Le supongo receloso. No me baso para ello en ninguna lógica o
indicio. Son mis propios recelos. No quiero repetir decepciones. Quizá por eso
he retrasado este encuentro. Mientras arreglamos el mundo, le miro. Me gusta su
boca. Algo tan banal y al mismo tiempo tan humano como eso. No había reparado
en sus labios gruesos y sensuales. En realidad no le había visto frente a
frente tantas veces. O quizá había borrado su imagen de mi memoria. Los dedos
ya no me queman, pero ahora percibo su rodilla tocando la mía bajo la mesa. No
la retiro. Hablo a borbotones. Pese a ello, no digo nada de lo que realmente me
gustaría decir. Una parte suya me resulta familiar. Sin embargo en otros
aspectos es un desconocido. No conozco su cuerpo, ni su piel, ni tampoco su
olor. No sé bien si quiero que él conozca el mío. Si le dejo conocerme y
resulta que luego desaparece, una parte mía andará pululando por ahí. Es una
teoría sin fundamento. Lo sé. Estoy nerviosa. Llevo toda la semana alterada. No
me gusta perder el control de esta manera, pero al mismo tiempo me entusiasma.
Hoy especialmente he tenido un día agitado. Las horas parecían no tener un
ritmo lógico. La mañana transcurrió velozmente, sin embargo a medida que se
acercaba la hora de la cita, el tiempo parecía inacabable. Abrí varias veces el
correo. Un email más escueto que en ocasiones anteriores. Quería estar segura
de la hora. Temía llegar tarde. Tampoco deseaba llegar primero. Si me veo aquí
sola, no sabría muy bien qué hacer. Le he visto nada más llegar. Creo que no se
notó para nada mi torpeza. Me sentía torpe y agitada. Coraza de mujer segura.
Eso me suele salir bien. No hablamos de
los numerosos emails que nos fueron acercando y derribando barreras. No de
entrada. Pero estaban en mi mente. Todo el tiempo. Parecía que mi caudal se
había agotado, pero poco a poco vuelven a surgir las palabras. Finalmente puedo
centrar la conversación en algo más auténtico. Solo he deseado ser yo misma. Yo
misma, más allá de todo fingimiento. Hasta llegar aquí andaba preocupada por mi
imagen. Por lo que percibiría de mí más allá de aquel reencuentro casual en el
que nos pasamos las direcciones de correo.
En todo este tiempo,
parapetada tras el teclado del ordenador puedo ser auténtica, pero cara a cara
me cuesta más. No soy ni la mitad de osada. La educación y todo eso. No tiene
sentido que esté tan perturbada, me digo constantemente. No soy aquella niña de
quince años tímidos y torpes. Entonces,
me avergonzaba de mi cuerpo. Mis pechos eran solo un intento y aún no
tenía la regla. Flaca y vestida de niña. Tímida y llena de complejos. Ahora es
diferente, pero una parte de ella se esconde dentro de mí. Si realmente él no me interesara en absoluto,
podría andar más suelta en esta situación. Hasta esta mañana no he sido
consciente de mi interés, aunque no pienso darle rienda suelta. Pienso andar
con cautela, a ver que pasa.
Paseamos. Me gustaría
coger su mano para sentir de nuevo su calor, como cuando los dedos se
encontraron. Pero sería un atrevimiento imperdonable. Estoy tan pendiente de lo
externo, que apenas dejo que fluya el deseo. Me convenzo de que no lo deseo
realmente. Caminamos un poco más hasta llegar a su casa. Impecable. Todo en su
sitio. Debí suponerlo, aunque en ningún momento imaginé su espacio. Me siento
en una esquina del sofá mientras pone la música y prepara unas cervezas. Ahora
le siento cerca muy cerca. Su cuerpo me resulta familiar. Cálido y cercano.
Esta vez no lo dudo y estrecho sus manos entre las mías. Reconozco su piel,
quizá recorrida en vidas anteriores. No hay dudas. Bueno, sí que las hay, pero
ahora son otras. Exploramos nuestros cuerpos sin prisa y con ternura. Sus
labios son todo lo sensuales que parecían. Me gusta su calor, su piel, sus
manos…
Sé a ciencia cierta que
seguiremos explorando más allá, pero hoy no he necesitado las palabras para
explicarle hasta donde quiero llegar. Se mezcla el deseo con el miedo y la
euforia. Quero esperar un poco. No mucho. Lo suficiente para digerir todo esto
que fluye dentro de mí como un revulsivo.
Puedo ser débil o
fuerte, da igual. Sentir que para él está bien como soy es un comienzo para mi
seguridad. Son casi las seis de la mañana cuando llego a casa. Ahora no puedo
dormir. Voy hacia el ordenador. Se me ocurre transcribirle el poema de
Benedetti “Los formales y el frío”, no sin antes censurar deliberadamente los
primeros versos.
Quien iba a prever que el amor ese informal
se dedicara a ellos tan formales
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