Ha recorrido el tiempo, de vientre a vientre,
se ha traspasado en los genes y ha llegado hasta nosotras, para ser quienes
somos… también todos sus miedos, y sus silencios. Hemos sido mujeres de carne y
hueso, pero fuertes. Si tenemos que tirar con nuestros hijos, lo hacemos, lo
hemos hecho. Libramos nuestra batalla con el miedo. No ha sido fácil. Hemos
luchado con nuestro enemigo interno, con el de ellas, con el temor acumulado
tras muchas generaciones de mujeres valientes y audaces. Mujeres solas, que
no querían estarlo. Carentes de caricias y ávidas del disfrute de sus cuerpos. Pensamos
que la vida se vive una vez y que solo a nosotras nos pertenece. La hemos defendido, para no terminar
como el mortero: roto, desfondado y decorando una cocina como el mejor fin que
podría tener.
Pero somos hijas de nuestros ancestros. Una
tremenda soledad nos invade y nos debilita, a veces, en forma de miedo. Mirando
para afuera, no hacia adentro, se nos va la vida en amores imposibles,
eligiendo terrenos resbaladizos en nuestras relaciones. Amando demasiado, como
forma de sentir que somos necesitadas. Buscando hombres que nos digan cuanto
valemos como si nuestra opinión no contara. Relacionándonos a menudo de forma
enfermiza y destructiva. Nada ha sido fácil.
Lo que si hemos hecho es decidir no continuar
a la espera. Con tremendo esfuerzo hemos tomado la iniciativa, arrastrando a veces con
la duda, creyendo que no era nuestro derecho, pensando que quizá nos estábamos
equivocando… pero por fin lo hicimos, y
al hacernos cargo de nosotras, hemos renunciado a ser víctimas. Aprendimos
a disponer de lo nuestro, a romper ataduras y a abandonar la culpa...
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