La ventaja de los gatos
sobre los perros es que
con la
compañía de los gatos
uno puede seguir
sintiéndose solo.
(Mario Benedetti)
En
el teclado del ordenador había pelos de gato. Incluso alguno en la pantalla. El
gato, que campeaba por toda la casa como rey absoluto de aquel espacio,
llegó un buen día porque entró con él. Es decir, el gato y él venían en
el mismo paquete. Él se instaló en su mitad de armario y en la parte contigua
de su cama. El gato, tuvo siempre claro que todo el terreno era suyo, así que
no tenía límites. Lo primero que hizo, nada más llegar, fue acercársele. Así
mientras ronroneaba ante sus caricias, al principio un poco forzadas, le ganó
el corazón. Y después el sofá, la cama, la alfombra... todo estaba señalado con
su rastro. Quería enfadarse con él, pero tampoco era fácil. Cuando se instalaba
plácidamente encima de su camiseta recién cambiada, ella tenía claro que el
dichoso gato buscaba su olor y su calor, sin intención de molestarla para nada.
Se acostumbró a comprar en las tiendas de todo a cien unos rollos quitapelusas
que teóricamente limpiaban su ropa, pero pese a consumir dichos rollos a
granel, siempre iba con pelos negros en sus chaquetas, blusas y pantalones.
El gato, se quedó en la casa cuando él se fue. En realidad se fue por unos
días, en principio. De mutuo acuerdo elaboraron la idea de darse un espacio
para pensar y sentir a ver si es que de verdad extrañaban a la otra parte, o si
por el contrario, su vida se había convertido en un tedio cargado de rutina.
Félix se quedó más que voluntariamente. Ella hasta juraría que ni
siquiera notó el cambio. Preocupado por su comida, que era el único momento del
día en que se le oía reclamar por algo, su pasividad era absoluta.
Más tarde, gato y dueño se fueron juntos, pues tras la tregua de distancia,
ella y él, comprobaron al unísono que la vida así era más fácil, pese a todo.
Ella recuperó sus mitades de cama y armario, y también un poco de soledad. Con
ellos se fueron los ronroneos y los pelos, las latas de comida, la tierra para
gatos y la inservible y mullida canasta, en la que Félix, jamás dormía.
Empezó a sentir que le echaba de menos, cuando al estirar sus piernas en la
cama, no se tropezaba con el bulto peludo del cuerpo de Félix. Luego, se dio
cuenta, de que aquella compañía silenciosa y serena, invisible casi, hacía que
ella se sintiera menos sola.
Pensó en ir a por él, pero desechó la idea, no solo porque parecía un
egoísmo injustificado, sino además y sobre todo, porque podía sonar a excusa
reconciliadora.
Así que sus días sin ellos -Félix y su dueño- transcurrieron sin más. Tan
absorta en la rutina que era incapaz de pararse a pensar, en cuánto vacío había
en su vida, más habitable por un gato que por gente.
Bajó a la calle a llevar la basura, decidiendo incluso deshacerse de la
pelota de Félix y en el preciso instante en que intentó cerrar la puerta le
encontró, con su ronroneo habitual. Allí estaba, esperándola. Le pasó entre las
piernas con su familiar zigzagueo. Restregó su cabeza contra ella, que aún
permanecía de pie, impávida. Entonces fue cuando le miró implorante y ahí
no tuvo más remedio que acogerle y meterle en casa.
-No te preocupes, quédate con él si quieres, le dijo el dueño. En realidad,
los gatos no son de nadie. Ellos eligen con quien quieren estar. Creo que entre
tú y yo, él ha decidido quedarse contigo.
Así fue como Félix y sus pelos se hicieron los únicos dueños de aquel
territorio. De tan suave manera se instaló, que hasta el día en que comprobó
los pelos estaban en el teclado de su ordenador, no había sido demasiado
consciente de lo lejos que había llegado tan sigilosamente.
Del propietario de Félix nunca más se supo. Con el tiempo, ella se llegó a
preguntar si el verdadero motivo por el que había irrumpido en su vida de
aquella manera, para luego marcharse con la misma, habría sido deshacerse del
felino. En cualquier caso no importaba. Por momentos olvidaba que en realidad
el gato no había vivido en la casa desde siempre. A veces confundía en su
memoria los recuerdos, llegando a dudar qué fue primero, si Félix o su dueño.
Fotografía: Kristóval Tacoronte
En tus relatos siempre hay un hombre que se va. Menos mal que los gatos se quedan....
ResponderEliminar