8.5.13

Justicia gratis para los niños

Sabía que este día iba a llegar y lo esperaba con cierto temor -me dice Carmen con los ojos enrojecidos de llorar. - Tuve este niño cuando era muy joven y llevaba otra vida. Ahora me siento con fuerzas para recuperarle,  traerlo a casa y que conozca a su hermano.

Era bien temprano  cuando ha pasado a buscarme. Lleva toda la noche sin dormir. Le voy a acompañar hasta los juzgados de familia para que no vaya sola. Su niño de tres años hoy se ha levantado muy malito como si tuviera idea de lo que ocurre a su alrededor. No necesita demostrar que es una buena madre, de sobra lo hemos comprobado.

Los juzgados siempre imponen, aunque digan llamarse de familia. Envían escritos en tono amenazante, a veces solo para solicitarle a alguien que vaya de testigo. Temerosas pedimos permiso para pasar cuando por fin hemos arribado. Una señora rubia, impecable y sofisticada, nos atiende. Toda ella es una eterna lentitud. Cuando por fin habla, emite una débil voz, en contraste con su aparente vitalidad física.

-Señora, se le ha citado para notificarle que se ha iniciado el trámite de adopción de su hijo, y como madre biológica tiene derecho a ser escuchada.
-Me opongo rotundamente - le dice Carmen-

- Pues espere, que voy a llamar al secretario judicial- y a reglón seguido se desplaza hasta el fondo de la sala. Le faltó añadir que esa oposición la cogía por sorpresa, cuando ya estaba casi todo decidido.

Al poco llega un amable señor muy joven que notifica a Carmen su derecho a iniciar una demanda en el plazo de veinte días hábiles, o en caso contrario se continuará con "el proceso".

-Tenga en cuenta que ha de nombrar abogado y procurador, señora.
Carmen no tiene ni para comer casi. Sobrevive como puede con su otro hijo y su compañero. Asiente a la retahíla que el joven opositor aventajado le recita. Y salimos con las “orejas gachas” en dirección al colegio de abogados para solicitar un letrado de oficio.

-Yo fui una niña adoptada y lo pasé mal. Cuando tenía diecisiete años me fugué de casa y pasé por muy malos momentos. Entonces no fui capaz de cuidar de mi hijo. Ahora quiero tenerle conmigo. Temo que no me reconozca, han pasado años desde que fue a parar al centro de acogida.

 Al llegar a la sede del Colegio de Abogados, una larga cola en la atestada sala de espera nos da la pauta de que los abogados de oficio están siendo muy solicitados.  Pero por fin la atienden muy amablemente y le entregan un documento para entregar hoy mismo el juzgado. Se trata de parar el tiempo mientras se le asigna el letrado de oficio.

De vuelta hacia el juzgado se lamenta en voz alta. -¿No te dije que me iban a tener dando tumbos?  Esto no va a ser muy fácil, ya verás.

Volvemos a encontrarnos con doña Barbie. Nada más ver el escrito dice que no vale, que eso no sirve, que hay un error. Intentamos aclarar que lo ha redactado el abogado de turno del Colegio tras leer lo que Carmen llevaba en sus manos.

 
-Le digo que esto no vale. Lo que tiene que traer es una demanda-.

Ahí intervengo yo y le insisto: -Pero señora, usted le puede dar registro al documento. Ahí se desató la fiera que la buena mujer llevaba dentro.

-Claro, la justicia es gratis y como es gratis podemos abusar - le faltó añadir que a estas alturas venir a aponerse a la adopción del niño era una batalla perdida-

- No es gratis, claro que no - le digo. Y en ese momento me han venido a la cabeza los nombres de los mangantes que ocupan impunes las portadas de la prensa. Todos ellos contratan buenos abogados. Y mis impuestos, junto con los de otra gente pagarán el sueldo de aquella funcionaria y de otros tantos, supongo.

 - Para ella sí lo es, y además yo no tengo que hablar con usted, así que se pone fuera, por favor-.

-Me pongo fuera, pero registra ese documento Carmen-.

Nuestro periplo no había terminado, pero la mañana ya no daba para mucho más. Nos hemos ido del lugar en el que al parecer se imparte justicia.

Tiene treinta años y jamás supo lo que era una familia de verdad. Corría por las calles con cinco años cuando alguien la llevó a un centro de menores, del que salió para ir a parar a manos de unos padres frustrados que Carmen recuerda como severos y estrictos.

Ojalá que algún día se haga justicia gratis  con los niños que no han recibido abrazos...

Fotografía: Kristhóval Tacoronte